Entre las ramas y la vida
Se lo llevaron a rastras
acompañado de insultos
de sangre, y suciedad.
Pedía entre mil susurros
perdón y piedad por igual.
Atados los pies y puños,
miraba al cielo, nublado,
nublado por propio luto,
propia gota de rocío.
Llegó al destino desnudo,
bajo el árbol de tres ojos
que a orden del deseo se puso.
Erguido, como una estatua
mantuvo fuerte los nudos,
y resistió la fricción
del nuevo y temporal fruto,
el cual sin ningún consuelo
y por alargar el susto
luchaba por equilibrar
ese barril tan abrupto.
Carroña
Y el brillo desapareció…
las raíces dejaron de pedir,
el frío se fue sin calor,
el río perdió su caudal,
y el alma se fue sin perdón.
La forma ya no importaba.
El dónde no tenía valor.
Las despedidas duraron poco
fieles a la falta de tradición.
Sin nombre y sin historia
solo viviría en memorias sin control.
Una silueta de más,
un canto sin voz.
El comienzo de la ausencia,
el final de ninguna reacción.
Se acabo el vértigo.
Se acabo el farol.
La vida no espera,
no da parón,
no da lecciones,
y tampoco dará un sermón.
En silencio
El pueblo estaba de luto,
pero no había tristeza,
el mirar no era duro,
y las sonrisas eran sinceras.
“Tiene que haber truco”
Los pensamientos del cuervo,
revoloteaban, sin forma, sin pulso,
solo veía carne,
sin vida, sin curso.
Un rio que menguaría
ante cualquier surco.
“cuestión de tiempo,
las campanas ya harán lo suyo”
La gran cruz de la iglesia,
le vigilaba, era un intruso,
pero no era su enemigo…
Los niños, pulcros,
llenos de barro y heridas,
se reían sin tapujos,
sin conocer al tiempo
ni sus trucos astutos.
Los más viejos
hechos al uso
perdían ese tiempo
con el hablar más bruto
y el jugar más sucio.
Y los únicos ocultos
ante ese mal tiempo
eran los adultos,
que lo veían tan cerca
tan oscuro,
que olvidaban lo lejos,
que quedaba ese lugar ninguno.
Donde al horizonte no llega,
por mucho que se acerque uno.
Pero eso no cambiaba,
que, por temer ese turno,
eran los que más vivían
y menos sufrían los sustos,
los que menos fé tenían,
pero más rezaban al fruto,
para no morderlo por error
entre lágrimas y lujos.